Lo que el Señor quisiera...

Segis se pasó la mano por el cabello: estaba alborotado.

Bien alborotado...

Miró a su lado; Eduvijo dormía con una sonrisa. Había cerrado los ojos sin darse cuenta, exhausto. Rendido. Contento.

A ella le gustaba verlo así. Desde que estaban juntos, le encantaba darle una mirada antes de caer dormida tan profunda como él. Tan plena como él.

Pero hoy no.

Hoy era distinto.

Llegó a la casa antes que Eduvijo, sabiendo lo que iba a pasar.

Se bañó, se cepilló el cabello y se puso el vestidito corto que tanto le gustaba a él.

Los zapatos negros de tacón alto y fino.

Y lo esperó. Con toda la paciencia de Mujer que sabe lo que va a suceder.

Dieron las cuatro y como siempre, la cerradura de la puerta de entrada sonó. Él entró, cerró la puerta y se volteó.

Ahí estaba Segis...magnífica.

Eduvijo no alcanzó a a decir ni media palabra; ella se abalanzó sobre él, lo estrelló contra la pared y simplemente lo hizo suyo.

Ahí mismo.

Después, enredados entre un revoltijo de ropas que caían al suelo, lo llevó a la recámara e hizo todo lo que quiso.

Todo.

La noche ya era dueña del tiempo. Las luces de la ciudad se filtraban por entre las cortinas del cuarto y el silencio era casi total.

Solo se escuchaba la respiración acompasada de Eduvijo y los latidos calmos de su corazón de mujer.

-¡Que buen hombre es Eduvijo!- pensó una vez más Segis - realmente es un buen hombre.

Lo había planeado todo, con plena conciencia. Pero necesitaba sentirlo de nuevo, confirmar por última vez lo que ya sabía. Estar segura de lo que iba a pasar...totalmente segura.

La decisión estaba tomada aunque él no supiera nada todavía. Y de ahí en adelante, lo que El Señor quisiera...

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