Los petroglifos de Ayasta



Comenzamos temprano el viaje;había que aprovechar el clima fresco que dejaron las inesperadas lluvias de los últimos días, en medio de un verano ardiente, seco, con humo y cenizas.

Nuestra super amiga Pili Luna nos había prestado su carro, al igual que en el viaje anterior, para poder llegar a nuestro destino. ¡Un gran favor!

Alberto llevaba su cámara fotográfica para continuar con su entusiasmo por convertirse en fotógrafo documentalista (aunque él asegura que en el futuro se volverá corresponsal de guerra).

Isabela y Alejandro iban tan emocionados como su papá por ver el arte rupestre de Honduras en el Cañón de Ayasta.

Perdón...¿Arte rupestre hondureño? Si.

Conozco este sitio desde hace unos treinta años; fue Erasmo Sosa quien me llevó a conocer uno de los escenarios más sorprendentes de la historia precolombina hondureña.

Curiosamente, este sitio continúa sin aparecer en los libros oficiales de primaria ni en los de secundaria. Por supuesto, tampoco aparece en los textos de la mayoría de las carreras universitarias y menos, mucho menos, en los de post grado.

Curioso y triste.

El Cañón de Ayasta se encuentra en el municipio de San Buenaventura, Francisco Morazán. Cuando uno va por la Carretera del Sur se encuentra con una intersección que por un lado lleva a Ojojona y por el otro a San Buenaventura.

Se recorren apenas un par de kilómetros cuando uno avista, del lado izquierdo, unos paredones calizos, blancos, en un cerro de poca altura.

Esa es la señal. Ahí se detiene uno, deja el carro en la carretera y comienza a caminar hacia el cerro.
Por cualquier cosa, no está de más preguntarle a cualquier vecino que aparezca (y con toda seguridad se van a encontrar a más de uno) cuál es el camino hacias "las cuevas".

No se preocupen, hay un sendero bien definido que los llevará unos 900 metros adelante al Cañon de Ayasta.

El cañón es un estrecho pasadizo entre dos cerros calizos. En sus laderas se pueden apreciar unas cuatro o cinco oquedades en la piedra que no llegan a tener la profundidad ni extensión que definen técnicamente a una cueva o a una caverna. Pero estas oquedades son lo suficientemente grandes para albergar a una docena de personas.

Los abrigos rocosos de Ayasta sirvieron para proteger de la lluvia, el viento y el frío a sus originales ocupantes y a los que les siguieron a través de los siglos antes y después de la llegada de los españoles.

Por supuesto, estos espacios naturales también debieron de servir para la práctica de ceremonias religiosas, algo que los antiguos lencas debieron realizar en esta parte de Honduras, sin lugar a dudas.

¿Qué fue lo que mis hijos vieron y que no habían visto en ningún libro oficial de texto escolar?

Cientos de dibujos tallados en la piedra. Algunos fácilmente reconocibles y la gran mayoría sin identificación, sin respuesta. Expresiones artísticas de hombres y mujeres que vivieron antes que nosotros, antes de todo.

Pero ahí están. Estos petroglifos han estado desde tiempos inmemoriales. Pruebas tangibles de la grandeza de una nación que todavía no conoce precisamente eso: su grandeza.

Ahora ya es de noche. Mientras escribo estas líneas, Alberto está bajando las fotografías de la cámara a su compu. Isabela y Alejandro ya se durmieron y para no aburrirles tanto, les comparto algunas imágenes viejas que tengo de este sitio y un par de selfies obligatorias de este viaje.

En definitiva, fue un un domingo distinto. Igual de sorprendente como cuando fuimos a Sabanagrande o el fin de semana en Copán Ruinas.

Y en cada viaje, mis hijos confirman lo que siempre les he dicho en casa: más allá del frío gris del concreto que limita y detiene a las ciudades, existe una Honduras todavía inexplorada.

Profunda.

Indómita.

Nuestra.

                             Figura antropomorfa. Cañón de Ayasta. Arturo Sosa 2015.

           Las oquedades convertidas en abrigos rocosos se pueden apreciar conforme se acerca  uno al cañón. Arturo Sosa 2015
 
                  La selfie obligada del grupo expedicionario en el 2018: de izquierda a derecha mis hijos Alberto, Isabela y Alejandro.

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