Nuestra huella


                                      Estatua a Cristóbal Colón. Trujillo. Arturo Sosa 2012.


Para buscar aquel estrecho (el Estrecho de Tierra Firme que lo llevaría a la Tierra de la Espicería), y no habiendo en aquellas islas de las Guanajas cosa de valor, sin otra demora navegó hacia Tierra Firme, a una punta que llamó de caxinas, porque había en ella muchos árboles que producen unas manzanillas algo arrugadas, y tienen el hueso esponjoso, y son buenas para comer, especialmente cocidas, a las cuales llaman caxinas los indios de  (la isla) La Española…acudieron a la playa  más de cien indios, cargados de vituallas, esperando a los nuestros, ofreciendo sus presentes al Adelantado tan pronto como llegaron; y luego se apartaron sin decir palabra….volvieron al día siguiente al mismo lugar más de otros doscientos, cargados también de vituallas de varias clases, a saber, gallinas de tierra que son mejores que las nuestras, ocas, pescado asado, habas coloradas y blancas semejantes a frijoles…la tierra era verde y hermosa, aunque baja…”



Así describe Hernando Colón la llegada de su padre a lo que ahora conocemos como Honduras, en 1502. El relato se encuentra en su  libro “Vida del Almirante Cristóbal Colón” y en el que un poco más adelante se lee: “la gente de este país es casi de igual disposición que en las otras islas, pero no tienen las frentes anchas como aquellos, ni muestran tener religión alguna. Hay entre ellos lenguas diferentes y generalmente van desnudos, aunque traen cubiertas sus partes vergonzosas. Algunos usan ciertas camisetas como las nuestras, largas hasta el ombligo, y sin mangas. Traen labrados los brazos y el cuerpo con labores moriscas, hechas con fuego, que les da un aspecto extraño. Algunos llevan pintados leones, otros ciervos y otros castillos torreados, y otras figuras diversas…”


Qué pueblos vivían en Honduras antes de la llegada de los españoles? La mayoría de los investigadores concuerdan que a partir del primer registro de la presencia del hombre en el país (cerca 9,000 años antes de Cristo en la Cueva del Gigante, en Marcala, departamento de La Paz), la población se fue incrementando hasta alcanzar más del medio millón de habitantes al momento del Encuentro. 

Es muy probable que para 1502, los pueblos Pech, Miskitos, Tolupanes y Tawahkas ocuparan ya las principales tierras del litoral atlántico. Y con toda seguridad, existía un fuerte intercambio comercial con otros territorios utilizando el mar como medio de transporte. Se ha comprobado, por ejemplo, la existencia de una ruta comercial de indígenas mayas de Yucatán que llegaban hasta el Valle de Sula, en el departamento de Cortés, para adquirir cacao y plumas de quetzal.

La riqueza natural del litoral atlántico hondureño fue desde los inicios, una rica inspiración para el hombre. Extensa selvas, agrestes montañas, ríos caudalosos y una fauna proverbial servían de hogar y fuente de alimento para los pueblos indígenas. No en balde, la ciudad puerto de Trujillo, a escasos kilómetros de Punta Caxinas se convirtió en el blanco favorito de piratas y bandoleros a lo largo de tres siglos. También, tras haber arribado a la isla de Roatán en 1796, el pueblo Garífuna solicitó permiso a España para abandonarla y dirigirse a tierra firme e iniciar un proceso de colonización de casi todo el litoral. Un siglo más tarde, harán el mismo recorrido las compañías bananeras norteamericanas y oleadas de comerciantes holandeses, ingleses, alemanes, turcos y árabes.   

Tal cantidad de invasiones humanas, algunas pacíficas, otras no tanto, han dejado una herencia rica en costumbres, lenguas, vestimentas, comidas y arquitectura. La cultura Garífuna ha sentado sus reales tras más de doscientos años de permanencia y es sin lugar a dudas, el grupo étnico predominante en la región. Mucho menores en número y visibilidad, pequeños enclaves Pech y Tolupanes persisten añadiendo contrastes y visiones distintas de un mismo mundo. Hablar ahora de un ladino o mestizo “costeño” es hablar de un personaje diametralmente opuesto a un “capitalino” y mucho más a un “sureño”.

Españoles, mestizos, Garífunas, Pech, Tolupanes, Miskitos, ingleses, norteamericanos, cada uno de estos pueblos y de muchos otros que han llegado, han sentado sus reales en distintos momentos y marcado sus propias huellas. ¿Deberíamos impulsar las investigaciones arqueológicas en Salado Barra? ¿En Trujillo? Por supuesto que sí. Allí y en todos los rincones del Corredor. Eso estimularía la protección y conservación de los montículos, el rescate de asentamientos precolombinos, evitaría el saqueo de piezas arqueológicas y traería nuevas avenidas de ingresos a través del turismo científico y de educación. Pero más importante aún, incrementaría el orgullo de sus habitantes por sus raíces. Por su identidad. 

El Corredor Biológico es ahora la suma de todas las acciones de estos pueblos. Hechos del  ayer y de hoy. Lo bueno y lo malo. Pero depende de nosotros, los que ahora todavía podemos vivir, comer y disfrutar de él, los responsables de su mañana. De nuestro siguiente capítulo.


                                                     Casa O´Glynn. Trujillo. Arturo Sosa 2012.

                     Don Magno Guillén. Habitante Garífuna del pueblo de Santa Fe.                                                                                                                               Arturo Sosa 2012.



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