Las buenas mañanas de don Gumber
Esta mañana, don Gumbersindo se levantó como todos los días a
recoger el periódico en el garaje de la casa. Y como todas las mañanas desde
hace cincuenta y tantos años, y en especial durante los últimos tres gobiernos
(rojos o azules) esperaba leer buenas nuevas.
- Ummm...parece que fue otra levantada en
balde -declaró sin ambages después de darle un rápido vistazo a los titulares.
Aparentemente, se comenzaba la semana sin encontrar todavía a los chóferes de
las nuevas ambulancias del Seguro Social; ya se había nombrado una
comisión ad perpétuam para investigar a los despedidos cónsules en la IUSA y por supuesto, ya habían nuevos funcionarios nombrados a la velocidad del rayo. Para colmo
de males, el España logró salvar el partido del domingo gracias a dos penales.
- Ay Leonor, que bueno que ya te fuiste y
no estás viendo estas barbaridades- exclamó en voz alta don Gumber, mientras
platicaba con la finada Leonorcita, la abnegada esposa que hacía tres años
había pasado realmente a una mejor vida, sola, en Jardines del Santo Recuerdo.
- ¡Ah no! Pero esto sí que es el colmo. ¿A
quién se le ocurre crear otro banco de créditos rurales? - grito a viva
voz, pero esta vez no a la finada, sino a Yadira, la joven sirvienta
veinteañera que le acompañaba desde la muerte de Leonorcita.
Yadi, como él la llamaba cariñosamente
cuando andaba de buenas y con algunas inquietudes del cuerpo, se limitó a
asentir con la cabeza, fingiendo como siempre prestarle atención. Y es que
en esos momentos, la tal Yadi tenía ocupados sus pensamientos en Luis, el
chófer y guardaespaldas de don Gaspar, vecino de enfrente y nuevo
Ministro de Servicios Generales, Finanzas y Alegría del recién instalado
gobierno del país. Muy curiosamente y por esas casualidades de la vida, Luis
era también el nuevo encargado de la alegría, finanzas y los servicios generales
de Yadi.
-Pero es que realmente esto es demasiado -
volvió a repetir don Gumber, aunque más para sí mismo que como para iniciar una
conversación con Yadi (algo que la joven trabajadora agradeció en secreto,
porque en ese momento, podía ver desde la ventana de la cocina a su guapo Luis
limpiando en la calle la nueva Prado de don Gaspar).
- Es una barbaridad. Hay que ver en donde
acaban mis impuestos...son todos unos corruptos. ¡Corruptos e hipócritas!
-terminó gritando el ex funcionario gubernamental.
Para ser
sinceros, a don Gumber se le olvidaba con mucha frecuencia todos los pequeños
favores que fue recibiendo (y acumulando en su cuenta de banco), de todos los
ciudadanos que llegaban a su pequeña oficina de 2 x1.75 x1.93 en el Ministerio del Ambiente Total (y es que eso
del "Medio Ambiente" era una soberana tontería que había sido
abolida, a Dios gracias, en los tiempos del Presidente "Ahora si me
cruzo...ahora no me cruzo").
El trabajo de don Gumber fue, durante toda
una vida, el de hacerse cargo de los permisos ambientales para la construcción.
Cada nueva edificación tenía que pasar por sus manos, ya fuera una casita de
adobe y lámina de zinc calibre 26 o una residencial de 57 casas, pared con
pared y ventanas francesas Tipo III (o sea, todas iguales). No importaba el
tamaño, todas pasaban por su escritorio o mejor dicho, por sus arcas. Y es que
don Gumber descubrió, desde el primer mes de trabajo, que el camino que debía
de seguir cualquier permiso a través de la burocracia gubernamental, era simple
y llanamente peor que el viaje de Dante por el Infierno. Así que él, al igual
que el poeta Virgilio, acompañaba a cada interesado en un tortuoso viaje entre
oficinas y firmas, a cambio de un "Lo que sea su voluntad".
Por supuesto, para don Gumber esta
retribución era un gesto de confianza, casi de amistad entre dos personas que
se necesitaban mutuamente. Nada que ver con el arbitrario, inmoral e
injustificado "impuesto de guerra" que cobran esos sucios y tatuados
mareros.
- Ay Leonorcita...dónde terminaremos.
..¿Dónde?..¿Qué crees?..Ahora estos nuevos bárbaros ya le están valorando los
anillitos y pulseras que tenía guardaditos Adita, la jefe del billete de la
Alcaldía del Zorzal. Pobrecita la señora...ya le expropiaron dos solares y dos
casitas que tenía y ahora resulta que hasta la Interpol la busca. ¡Pobrecita!
Pero mirá Leonor, como es de buena la gente del Ministerio del Trabajo que
todavía no deciden si ella debe de perder su puesto en la Alcaldía. Ay, ojalá
que por lo menos eso le dejen a la pobrecita señora que anda vagando por ahí, por
quién sabe qué caminos del Señor...
Don Gumber siguió mascullando un buen rato hasta quedarse dormido
en la mecedora con el periódico en el pecho. Y como todos los días, Yadi aprovechó para llamar a Luis y darle las
buenas mañanas que no había tenido don Gumber.
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