Y sucedió lo inimaginable

En la mañana de la Navidad de 1944, una pequeña unidad de avanzada de las tropas norteamericanas se encontraron con un reducido pelotón de soldados alemanes que defendían su frontera.

La Segunda Guerra Mundial estaba en sus postrimerías y las batallas eran cruentas, encarnizadas. Cuerpo a cuerpo.

Aquel encuentro entre tropas enemigas duró todo el día. Balas silbaban de aquí para allá; el olor a pólvora y muerte envolvía a los hombres exhaustos, vencidos por el miedo, el hambre, el frío. 

Entre ambos enemigos, apenas había unos cien metros de diferencia. Y en medio de ellos, una pequeña casa donde vivía una señora alemana.

La señora había logrado sobrevivir toda la guerra sembrando sus propias verduras y cuidando sus gallinas. Pero ahora, el horror de los hombres llegaba a su misma puerta.

Ese día, mientras se cubría de las balas que cercenaban su casa de madera, la señora se dio cuenta que ya solo le quedaban un saco de patatas y el viejo gallo que la acompañaba todavía. Eso era toda su provisión.

Y recordó que esa noche era Nochebuena.

Y pensó lo impensable.

Así que tomó una decisión; empezó a cantar villancios de Navidad. Lo más fuerte que pudo.

Y los fusiles enmudecieron.

Durante las siguientes horas de la tarde, la señora se dedicó a cantar y cantar; levantó los muebles, barrió, y empezó a cocinar. Sacrificó al viejo gallo y con las patatas hizo el milagro, nuevamente, de los panes en el desierto.

Cuando la luz del día se fue, y con los deliciosos olores de su cocina impregnando todo el campo de batalla, abrió la puerta y salió.

Armada de valor y amor, invitó en voz alta a los soldados, a entrar a la casa y cenar con ella. Sin armas, sin odios.

Y sucedió lo inimaginable.

Poco a poco, los enemigos fueron llegando, desarmados, con hambre. Vencidos por el amor de la señora alemana.

La historía, que es verídica, termina con los soldados retirándose después del abrazo de la medianoche. Esa madrugada, abandonaron sus puestos de combate y regresaron con sus tropas.

La guerra nos muestra lo peor de los seres humanos. Nos revela. Nos desnuda. Nos muestra que tan bajos podemos ser. Nos divide aun entre las mismas familias. Entre hermanos.

Y a pesar de toda la indignación, la negatividad, el pesimismo y la miseria que nos rodea, hoy es un buen día para compartir la mesa.

Para ser libres.

¡Feliz Navidad!

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