Restaurando una nación

                      “San José”: imagen de madera en estilo candelero. Iglesia de Villanueva, Cortés.



No se escucha ningún sonido.  La concentración es total. Los maestros restauradores trabajan en el taller.

Para quien no ha visitado nunca un taller de restauración de obras de arte, el silencio sorprende. Algo que no es de extrañar puesto que entre sus manos, los maestros tienen la misión de salvar testimonios tangibles de la historia de Honduras. Piezas simplemente invaluables. Irremplazables.

Solo existen cuatro talleres de restauración de obras de arte en el país. Uno en Omoa dedicado a los objetos de la fortaleza colonial del mismo puerto; otro en las instalaciones del Instituto Hondureño de Antropología e Historia; un tercero en la Escuela Nacional de Bellas Artes y este, el Taller de restauración de bienes culturales “José Miguel Gomes” en el Museo del Hombre Hondureño. Estos tres últimos en la ciudad de Tegucigalpa.

El Taller “José Miguel Gomes” fue fundado en 1989 bajo el liderazgo cultural del desaparecido Juan Manuel Posse. Hasta la fecha, en este pequeño atelier se han restaurado cerca de 400 piezas de arte, la mayoría de la época colonial y muchas de ellas, piezas iconos durante los siglos bajo el dominio de la Corona española.

Restaurar una pintura o una escultura parece  una tarea sencilla. Pero de ninguna manera lo es. Los maestros restauradores tienen la obligación de ser, además de artistas consumados, expertos en la historia del artista, las técnicas que empleaba, los materiales que trabajaba y los cánones estéticos de cada época determinada. En pocas palabras, un maestro restaurador debe de trabajar lo más parecido a como lo hacía el artista original.

Más aún, existen leyes y tratados internacionales (de los cuales Honduras es signatario) que obligan al restaurador a respetar la originalidad de una obra. Además, está comprometido a que cada restauración que haga debe ser absolutamente “Reversible”. Es decir, en un futuro debe de ser factible eliminar el trabajo sin que haya alterado la obra original.

Ahora bien, los amables lectores se estarán preguntando por qué dedicar la Ruta 504 de esta semana a viajar a este taller.  La respuesta es sencilla: independientemente de que religión o secta usted profese (y dónde viva), debe de reconocer que nuestras ermitas, iglesias, conventos y hasta algunas de nuestras casas de los abuelos están decoradas con obras de arte colonial de un valor artístico e histórico incalculable. Y desde esos puntos de vista, representan una parte de nuestra identidad como hondureños.

Preservarlos y protegerlos para nosotros mismos, para nuestros hijos y los hijos de ellos, es nuestra responsabilidad como ciudadanos. Como autoridades.

Es más fácil de hacerlo si sabemos dónde hacerlo. ¿No les parece?

                  El maestro Héctor Gómez, jefe del taller, restaurando una pieza de más de un siglo de antigüedad.

La Bitácora del Cristo de Santa Lucía, Fco. Morazán. Cada restauración lleva un diario al detalle del proceso, desde el principio hasta el fin.

 “Cola de Conejo”: al igual que las “Colas de Esturión” son bases hechas de fragmentos finísimos de huesos de animales pequeños que servirán para la restauración de las piezas de arte.

                   El asistente en restauración Emerson Valle trabajando en un óleo sobre tela.

Un pequeño taller lleno de arte e historia. El maestro Héctor Gómez y César Romero. 

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