Nuestro Merendón

Fue ayer por la tarde.
Una oropéndola moctezuma alertó de mi llegada a la montaña. 
Nada se movía, pero yo sabía que allí estaban. Cientos de ojos mirándome: aves, ardillas, lagartijas, insectos, tal vez algún mono cara blanca, ratones, culebras, serpientes...
El instinto les ordenó no mover un tan solo músculo. Impasibles, me vieron sacar mi cámara y trípode. 
Comencé a trabajar.
Hay tanto por registrar, por descubrir. La montaña todavía está llena de vida. Y como siempre, es realmente difícil de reconocer su arquitectura interna. Sus patrones. 
Todos los árboles se parecen lo que vuelve difícil, aun para un especialista, el identificarlos plenamente. Además, abajo, hay mucha penumbra por lo frondoso de las copas de los árboles que impiden que lleguen al suelo los rayos de luz. Sin embargo, de repente, aquí y allá, el visitante se encuentra con un espacio abierto creado por la caída de un árbol viejo.
Esa es la oportunidad para las plantas jóvenes que han estado esperando un rayo de vida. 
La lucha se vuelve entonces tenaz por capturar, abajo, a nivel de suelo, la poca luz que ahora llega. 
Luz y agua son las claves del bosque neotropical. Mucha luz y mucha agua. 
Pero ayer no encontré tanto de eso. Ciertamente tampoco caminé mucho: apenas un centenar de metros en el lecho rocoso de un río de piedras.
Solía bañarme allí cuando era niño. Cuando había mucha agua y se formaban pozas de agua helada y transparente. 
¿Dónde se fue el agua?
Tal vez con mis recuerdos. 
Pero durante el par de horas que estuve en ese milenario cauce, volví a ver a algunos de mis viejos amigos; todos con historias maravillosas por contar. Por compartir. 
Ayer fue mi primera visita a la montaña en muchos años. Necesitaré reordenar mis pensamientos y volver a sentir lo que sentía cuando de niño la recorría.
Ayer fui al Merendón...nuestro Merendón.

Solo es un pequeñísimo charco atrapado entre piedras y hojas secas caídas.

Pero allí, donde el cielo se junta con lo que queda del río, crecerán mosquitos que serán el alimento de ranas, las cuales son el platillo favorito de serpientes, mapaches, pizotes y así sucesivamente en la extensa cadena de la vida. 

Curiosamente, al final, cuando el charco vuelva llenarse, también le servirá al sampedrano. 


Alguna vez, las pozas de Río de Piedras estuvieron llenas de vida. 

¿Dónde se fue mi río de la infancia?

Obviamente me lo bebí. Lo usé en construcciones. Lavé mi carro, la ropa, regué la yarda y otra parte, la boté en llaves en mal funcionamiento. 

Y ciertamente nunca me preocupé por cuidarlo. 


Un tronco podrido y hueco. El hogar ideal para cualquier serpiente barba amarilla. 

Pero ayer yo no andaba de visita, así que preferí no tocar la puerta para saludar al dueño de la casa. 

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