Esos oficios de mala muerte

Uruguay es un país con alrededor de cinco millones de habitantes. 

Pocos si los comparamos con los cerca de nueve millones que somos los hondureños. 

Tal vez eso ayude a que Uruguay sea, según PNUD, el tercer país de América Latina con el más alto Indice de Desarrollo Humano.

También es el tercer país latinoamericano con el PIB per capita más alto.

Quizá todo esto se deba a que, según Naciones Unidas, este es el paìs con el nivel de alfabetización más alto en estas Américas de indios, negros, mestizos y alguno que otro criollo que ha quedado. 

Yo creo que si sumamos todo esto, no nos entra ninguna duda cuando se afirma, con datos veraces, que Uruguay es el principal exportador de software del mundo. 

¿Software?

¿Qué no era el tal Silicon Valley? Pues no. 

Bueno, no debería de extrañarnos porque al fin y al cabo, Colombia que está cerca es uno de los principales exportadores de telenovelas.

O México de cantantes. Y discos. 

O Argentina de creativos publicitarios.

Y entonces, cuando veo todo esto, me pregunto: ¿Qué característica comparten todos estos países para ser tan buenos exportadores de productos no tradicionales como los consabidos bananos, café o maíz?

Respuesta: la Propiedad intelectual. 

O para decirlo mejor, haber entendido el enorme valor económico del concepto Propiedad Intelectual. 

Pero no se quedaron ahí; luego lo sumaron a la industria del entretenimiento. Y del arte. Y de la cultura en general.

Y este despertar produjo tantos dividendos, tantos espectadores, que dos economistas colombianos se dieron cuenta que en realidad al unir la generación de arte, la cultura y el entretenimiento con la propiedad intelectual, se creaba un modelo económico de desarrollo realmente sostenible. 

Nada tontos, este par escribió un libro al respecto al que le pusieron "La economía naranja, una oportunidad infinita". 
Y el mundo volvió a cambiar. 

Y entonces ahora, ser chef no solo es cool, sino también una oportunidad para tener dinero, exportar, viajar y ser una persona totalmente plena. Respetada. Feliz.

O ser fotógrafo. O poeta. 

O todos esos antiguos dizque oficios de mala muerte que antes te condenaban a morir de hambre y desprecio social en estos países nuestros latinoamericanos.

¿No me creen? Díganme quién de ustedes no vio por lo menos un capítulo de la serie de Netflix dedicada al antiguo Sol de México....¿Quién no?

Por lo menos para criticarlo...

En pocas palabras, lo que realmente quiero decir es que Honduras es un país agrícola, con vocación forestal, que pretende ser industrializado, sin presupuesto decente para impulsar el turismo, con pocas horas al día de energía eléctrica, pero que trata de salir adelante con Call Centers.

Yo creo que es tiempo de exportar, seriamente, nuestras baleadas. 

Y la música de Guillermo Anderson. Y de Pez Luna. Y de José Yeco, Jorge Alberto Laínez. Y los poemas de Clementina, Mayra Oyuela, Fabricio Estrada, Francesca Randazzo.

Hay que exportar el trabajo del Grupo Teatral Bambú.

De muchos. 

Y creer en la economía naranja. 

Nuestra propia economía naranja.

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