Algo supuestamente divertido que nunca volveré a hacer

Ayer en la tarde llovía en Tegucigalpa.
Armado con un buen café, me senté frente a la compu dispuesto a entrarle a la aventura de escribir algo divertido, trascendente, memorable. Algo para la mañana del sábado. 
Me tomé un trago, dos, uno más y la página de Word seguía en blanco. 
Después de diez minutos, la pantalla mantenía su virginal blancura y yo ya me había quedado sin café.
-No puede ser –pensé- tenía razón mi mamá cuando me decía que la cabeza solo me sirve para peinarme. 
Necesitaba ayuda, ideas, inspiración.
Afortunadamente, soy un hombre precavido, astuto, y ya tenía listo un Plan B: recurrir al Dios Google para pedirle, humildemente, inspiración divina (algunos ateos denominan a esta oración como “Copy-Paste”; por favor, no les hagan caso.) 
Tomé el teclado en mis manos y escribí : “Escritores humorísticos”.
¡Zaz!
Definitivamente, el Dios Google no sabe fallar (a menos que la ENEE esté con sus moños puestos). Me aparecieron 345,789 entradas. 
Seleccioné la primera y encontré como 123 referencias de escritores y sus libros (lo sé, a veces ese Dios exagera).
Empecé por el primer libro; uno de Groucho Marx titulado “Memorias de un amante sarnoso”.
-Ummm…no. Creo que este no me sirve.
Seguí con el segundo título y me pareció harto interesante. Lo escribió el periodista norteamericano David Foster Wallace a finales de los noventa y se titula: “Algo supuestamente divertido que nunca volveré a hacer”.
Me llamó la atención. Sin necesidad de leerlo, yo ya tenía comprada la idea. 
¿Por qué? Bueno, déjenme decirles que eso me ha pasado más de una vez. Cien veces. Mil veces. Y sin necesidad de que fueran divertidas.
Existe dentro de mi esa habilidad innata para meter la pata cada siete segundos. 
O menos. 
Por ejemplo aquella tarde cuando en la fila eternamente lenta del super, le pregunté a la señora panzoncita que estaba frente a mi y solo por matar el tiempo:
-Mire que bendición…¿Y para cuándo le toca? 
La señora se me quedó viendo y solo me dijo: No, no estoy embarazada…Maje.
Trágame tierra. 
O en otra ocasión, memorable, cuando entrando al supermercado Cantón allá en mi querido San Pedro, me topé con el defensa del equipo Marathón, Maravilla Suazo, quien al mirar para la entrada, gritó de muy buen humor:
-¡Ajá, Entrenador!
Resulta que para esos días yo estaba corriendo todas las tardes con el equipo de atletismo del colegio y mi entusiasmo me rebalsaba. Y la vanidad también. 
Así que cuando aquél jugador de fútbol, el gran Maravilla Suazo, dijo “¡Ajá, Entrenador!” yo no supe qué hacer. 
Lo primero que pensé fue: ¿Cómo sabe Maravilla, super jugador profesional, que yo estoy entrenando?
Claro, antes que mis células grises pudieran tener una idea clara de lo que estaba sucediendo, y mucho antes que yo pensara en alguna respuesta aristotélica, es decir inteligente, ya mi ego y vanidad habían tomado el control de mi brazo derecho levantándolo lo más alto posible, al tiempo que mi mano abierta, se movía con viva energía de un lado para el otro.
No contento con esto, mi boca se abrió para gritar a todo pulmón, como para que todo el supermercado se diera cuenta:
-¡Maravilla! ¡Brother!
Maravilla se me quedó viendo con cara de sorpresa porque lógicamente, él hombre no me conocía.
La cajera también me vio. 
Igual que las cuatro personas que estaban haciendo fila. 
Todas serias.
En ese momento no sé qué me dio por voltear a ver detrás de mi y ahí estaba él:
Atrás venía Chelato Uclés. El Profe.
Inmediatamente giré hacia la primera salida y desde entonces no he vuelto al Cantón (todavía recuerdo las carcajadas de Maravilla, la cajera y los cuatro de la fila). 
No, si la verdad es que desde chiquito he metido la pata. Y grueso. 
Como aquella vez que por azares del destino y de las hormonas de los quince años, me embarqué en una salida prohibidísima y conocí a una muchacha de la vida alegre (en su lugar de trabajo, por supuesto).
Aturdido, nervioso, queriendo verme galante, hombre de mundo, lo primero que le pregunté fue:
- Ajá...cuénteme…¿Qué ha hecho últimamente?
En fin; ese día no descubrí el amor. Créanme. 
De hecho, todavía hoy, cuarenta años después, los compañeros del colegio que me acompañaban se siguen riendo a mis expensas. 
Así que convencido de haberme topado con el libro correcto (y después de darle las gracias sinceras a Google), lo guardé en la memoria de la compu y me fui por otro café. 
-Total –decidí para mis adentros - si me levanto temprano lo puedo medio leer y ver qué diablos invento para ese Facebook….

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