El poder de la palabra impresa







Salí de mi hotel ubicado en La Recoleta, allá en el "querido Buenos Aires" como decía Facundo y decidí explorar la ciudad.

Lo primero que me encontré, apenas cruzar la calle, fue un quiosco de revistas y periódicos del tamaño del mundo. Imposible no acercarse; impresionado por ver tantas revistas, libros y folletos de todos los tamaños en un simple quiosco de calle.

Obviamente me puse a platicar con el señor de pelo cano y delgado que atendía el puesto. Al reconocer mi acento extranjero me preguntó de dónde venía.

Cuando le contesté que de Honduras, me dijo con una gran sonrisa:

-Ah, Honduras...Mirá, fue el único país que me salté cuando cruce Centroamérica. ¡Que pena!...Pero bueno, tal vez en mi próximo viaje por allá arriba...

Por alguna razón, no me extrañó que se hubiese saltado nuestro país en su viaje, pero decidí corregir eso invitándolo a que sí se decidía, la próxima vez que tomara vacaciones pasara por Honduras y me llamara para atenderlo.

Y me contestó:

- Pues mirá, muy agradecido, pero tendrá que ser hasta las próximas vacaciones del año que viene porque en estas salgo para África...

Y era el vendedor de periódicos de la esquina en una calle de Buenos Aires.

Recuerdo que pensé: "Pueblo que lee tanto, viaja tanto igual".

A Poniatowaka la conocí una tarde en una Ciudad de México del año 78. Yo no tenía ninguna idea de quién era ella, pero mi cuñado Walo me aseguró que era de las intelectuales más importantes de México.

Y debía de serlo porque cuando ella llegó a la reunión, todos se levantaron. Yo lo hice también porque a los 14 años y recién llegado a un país ajeno, todo era nuevo para mí.

Por esa misma época, mi hermana Elisa y su entonces esposo Walo, profesores en la Unidad Estado de México del afamado Tec. de Monterrey, reunían cada viernes en la noche en la sala de la casa a un grupo de atrevidos, irreverentes y decididos jóvenes muy amantes de las artes, la poesía, la literatura, el teatro, la filosofía, las discusiones y el buen vino ( o ron, si no había dinero.)


Por ahí llegaban chavos que con el correr de los años se convirtieron en rectores de universidades en España y México. O en periodistas ganadores de premios internacionales como Jorge Ramos. O su hermana Lourdes, a quien llamabamos La Polla.

De Jorge Ramos no les puedo contar nada; ustedes ya lo conocen a través de sus noticieros en Univisión, sus libros o sus peleas con Trump.

De La Polla solo puedo decirles que tenía 15 años y era la muchacha más linda de toda Ciudad de México. Y que no me paró bola.

Más adelante, Lourdes estudió Ciencias de la Comunicación y se convirtió en la presentadora estrella de el noticiero de la tarde de Televisa. De eso hace muchos años y ahora vive retirada de los medios de comunicación en los Estados Unidos.

En fin, con el paso de los años aprendí quien era Elena Poniatowska y como desperdicié, a los 14 años, la oportunidad de platicar con una de las intelectuales más admirables de México y América Latina.

De Laura Esquivel solo puedo hablar de su novela que dio pie a la película con el mismo nombre: Como agua para chocolate. Creo que ya es tiempo de retomar sus líneas.

Noam Chomsky lo leí en alguna de mis clases de Teoría de la Comunicación en el Tec. ¿O habrá sido en clase de Estructura de la Lengua con la inolvidable Abigail Guzmán? Tal vez sí, porque esa clase me encantaba tanto, tanto, que la llevé tres veces.

Y bueno, de Einstein no sé nada más que las dos notas que le escribió, con su puño y letra, a un botones de hotel en Japón donde se hospedó alguna vez. Las notas se las dio en calidad de propina, ya que no tenía dinero suelto para darle.

Cuando se las dio, le dijo:"Guárdelas porque tal vez en un futuro valgan mucho más".

Las dos notas se subastaron por 1.56 millones de dólares en el 2017.

La primera decía: "La calma y una vida modesta trae más felicidad que la persecución del éxito combinado con agitación constante”.

En la segunda nota, el científico escribió: " Cuando hay voluntad, hay un camino”.

Ambas estaban en alemán y firmadas por Einstein el 22 de noviembre del año 1922.

Y todo estas historias que les cuento me confirman una sola cosa: El poder de la palabra impresa.

Por eso todos los lunes voy a Metromedia. Y así tener algo para leer los jueves, el día que esta tienda no se abre (esta tienda mía, Metromedia sí abre).

El poder de la palabra impresa.



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