El café de las cuatro

Eduvijo se sirvió el café.

Sacó el pan dulce de la bolsa, lo puso en un platito y llevó todo a la mesita de la terraza.

Con estos calores del verano, este era el mejor sitio para tomarse el cafecito de las cuatro.
Aunque solo.

Al igual que ayer, que antier, que toda la semana.

Es cierto, cuando Segis le dijo que no quería ir a conocer a su mamá, lo sacudió. Pero no le dolió.

Y lo entendió. En serio que lo entendió.

Comprendió todo aquello que le dijo; que no estaba lista, que no era el momento correcto, que solo le diera un poco de tiempo.

Que su mamá debía de ser un amor, sin duda.

Eso lo entendió.

De hecho, él había actuado como un tonto al precipitar las cosas. Ella venía saliendo de una relación cruel, triste, marchita, y él la estaba empujando de nuevo a otro compromiso, como le dijo ella. Que entendiera que apenas, apenas venía sintiendo que respiraba libremente, que volvía a sentirse mujer, a vivir...a ser ella.

"Compromiso..."

Eso fue lo que le dolió.

¿Compromiso?

¿Tan así significaba que ella fuera a conocer a su madre?

¿O era otro el compromiso que la asfixiaba?

No entendía...¿Desde cuándo hacer el amor en el carro o en la cocina mientras preparaban el almuerzo, o apenas cerrando la puerta de entrada de la casa había sido un compromiso?

¿Desde cuándo cocinar para ella era un compromiso para él?

¿Por qué podría ser un compromiso para él escucharla quejarse, todavía, de todo lo estúpido que habia sido el Finado? Al contrario, era parte de ser su pareja...ayudarla a sacar todo lo malo que le había quedado (aunque para ser sincero, le dolía el corazón cada vez que ella sacaba a relucir al maldito Finado en cualquier plática).

¿Compromiso?

Tal vez por eso y después de la plática, ella había comenzado a salir con sus amigas de nuevo. Que a tomar el cafecito con la prima queridísima; que este viernes iban a ir a celebrar con todas las amigas el cumple de la otra en la casa de aquella...que había almorzado con la ex compañera del colegio...que llegaba él a la casa y no estaba ella.

A lo mejor por eso, el martes pasado regresó tarde y adolorida diciendo que finalmente se había hecho el tatuaje que siempre le habia dado miedo hacerse...y no se lo mostró.

Quizá fue eso lo que la impulsó, esa misma semana, a ir a la universidad para ver como podía retomar la maestría que había dejado tirada cuando se casó con el Finado.

Debió ser el mismo impulso que le dio para irse de compras y traer unos zapatos nuevos...y un vestido nuevo.

Y quizá es tan fuerte ese impulso que ya lleva dos semanas con un fuerte dolor de cabeza cada vez que se acuestan por las noches...

Tal vez solo es la diferencia de edades, pensó Eduvijo. Tal vez se le va a pasar pronto...tal vez es solo cuestión de dejarla respirar, de apoyarla...de no atosiguarla.

Tal vez es cuestión de no esperar nada, de no preguntar nada a cambio de tenerla cuando ella decida...cuando ella quiera.

Tal vez él sí ya estaba listo cuando tocó la puerta buscándola. Y tal vez, ella....

Stephen Andrews Eduvijo Pérez miró su reloj. Hoy también iba a tomar el café de las cuatro sin ella.

Solo.

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