Sobre los viajes en Semana Santa, Moisés en el desierto y la testosterona


¿Saben ustedes por qué Moisés estuvo 40 años errando por el desierto mientras buscaba la Tierra Prometida? 

Bueno, porque nunca le pidió direcciones a nadie...



El chiste es bastante viejo y por supuesto, no pretendo herir a nadie. Pero es una broma que refleja mucho de la forma como nos comportamos actualmente. Nosotros, hombres y mujeres. 

¿Por qué los hombres no pedimos direcciones cuando nos perdemos? Ahora que estamos en Semana Santa es un hecho que cientos y cientos de familias vagarán errantes guiadas por un terco papá que se niega a pedir una sola dirección en busca de la Playa Prometida. ¿Cierto?


La razón es aparentemente sencilla. Los hombres no pedimos direcciones a nadie porque encontrar un sitio, un lugar, una dirección X es parte de nuestras naturales y obligatorias "habilidades masculinas". No encontrarlo es ir contra lo que esperamos de nosotros mismos; reconocer que fallamos y peor aún, que no somos tan "hombres" como se espera. 


Este mundo es duro y cruel para los machos. Triste, pero cierto. 


A Dios gracias, la ciencia ha evolucionado mucho y ahora tenemos otras perspectivas, comprobadas científicamente, que nos aportan nuevas razones del comportamiento masculino. Ya no es un mero asunto de "machismo". De hecho, la respuesta correcta comenzó a gestarse hace cientos y cientos de miles y miles de años, cuando eramos todavía intentos de "homo sapiens".


Tras aparecer en la faz del planeta, los humanos fuimos evolucionando para sobrevivir, compitiendo con otras especies de animales mucho más fuertes y veloces que nosotros. Merced a la evolución de nuestros cerebros y cuerpos logramos vencer al temible tigre Dientes de Sable y al poderoso Mamut. 


De alguna forma, a lo largo de las distintas eras, nuestros cuerpos fueron cambiando. Dejamos de caminar en cuatro extremidades, perdimos pelo en todo el cuerpo y nuestros cerebros crecieron en peso y tamaño (y ahí estuvo la clave). 


Aún dentro de la misma especie, fuimos evolucionando y estableciendo diferencias entre el hombre y la mujer. Marcadas diferencias que sirvieron para que nos complementáramos y lográramos sacar adelante a la especie. 


Por ejemplo, el hombre se volvió más grande y más fuerte. Más agresivo, más competitivo. Características que  nos hicieron más aptos para salir de cacería en busca de alimentos. Nuestras pieles se volvieron más gruesas e insensibles para soportar mejor el sol, el calor, la lluvia, el polvo y las garras de los depredadores. 


Nuestra mirada se volvió telescópica, ideal para divisar a lo lejos la presencia de los grandes herbívoros, nuestro alimento, o la llegada del temible tigre. Aprendimos a calcular la distancia y el tiempo que nos separaba de la presa o del peligro y las habilidades espaciales se volvieron preciadas, útiles, necesarias.


¿Qué son las habilidades espaciales? Estas se refieren a una función del cerebro que permite a los humanos "ver" en la mente un objeto y determinar sus formas, dimensiones, movimiento, velocidad, coordenadas en un escenario geográfico y hasta la posibilidad de "apreciarlo" en tres dimensiones.  En el hombre, esta función se desarrolló tanto que se convirtió en una habilidad inherente al género. Ahora sabemos que esta función se aloja, en el hombre, en por lo menos cuatro sitios específicos del hemisferio derecho del cerebro y en algunas otras áreas más pequeñas dentro del hemisferio izquierdo. En el caso de la mujer, esta habilidad está presente en ambos hemisferios, pero no ocupa áreas específicas ni del mismo tamaño. 

¿Por qué esa diferencia? Bueno, las mujeres evolucionaron sin la necesidad de cazar el alimento; sin la necesidad de viajar grandes distancias para atrapar al búfalo o al venado. Al contrario, permaneciendo dentro de las cuevas (hogar) al cuidado de los bebés y los ancianos, sus habilidades fueron evolucionando en otro sentido: una extraordinaria vista periférica, un sutil y desarrollado sentido del olfato y una piel mucho más sensible a los cambios de temperatura del ambiente (una habilidad que podría predecir potenciales peligros climatológicos).

Pero, ¿vinieron estos cambios en nuestros cuerpos por sí solos? No. Ahora también sabemos que somos el producto de las hormonas, esas sustancias bioquímicas que produce nuestro propio cuerpo. Actuamos, sentimos y amamos gracias a la bioquímica natural. No al corazón como pensaba Aristóteles.

Somos lo que somos en parte porque la sociedad que nos rodea moldea nuestra conducta. Pero también, en parte, por lo que heredamos genéticamente de nuestros antepasados. Y si la testosterona es el principal ingrediente de la actitud masculina, es también responsable del crecimiento predominante del hemisferio derecho sobre el hemisferio izquierdo en los primeros años de un niño. O para decirlo correctamente, un niño desarrollará más rápidamente su hemisferio derecho que el izquierdo, durante los primeros cuatro años de vida. Más rápidamente que una niña. Y como ya lo dijimos, el hemisferio derecho es donde se alojan, las habilidades espaciales. 

Por supuesto, los tiempos han cambiado y muchos de nosotros ya no cumplimos los mismos roles que desempeñaron nuestros padres, abuelos o el hombre de Cro-magnon. El mundo está girando aceleradamente y yo conozco más de una casa en donde es ella la que lleva las riendas económicas de la casa, mientras el marido limpia, barre y hace la comidas.

Pero en general, todavía, el hombre sigue sintiéndose incómodo si tiene que preguntar una dirección. No está en su código genético hacerlo y hay que entender que no bastan la razón, las prácticas religiosas o las buenas intenciones para cambiar esta conducta impuesta por el ADN. 


Entonces, ¿qué nos queda ahora por hacer? ¿Seguiremos vagando errantes en busca del Espacio Prometido bajo la palmera de coco? ¿Cuándo llegaremos a nuestro destino de Semana Santa?


La respuesta es casi religiosa: Paciencia. Una verdadera paciencia franciscana. 

Nos vemos el miércoles si no se van de viaje como Moisés. Y si el Chavo de Arriba lo permite.

Que La Fuerza nos acompañe a lo largo del éxodo vacacional.

Posdata histórica: Moisés es una figura presente en los libros sagrados del Judaísmo, el Cristianismo, el Islam y en la Fe Bahá'í. Gracias a los libros de Judaísmo, sabemos sobre la tartamudez de Moisés y sobre como el pueblo hebreo aprendió a creer en él, más por sus obras que por su oratoria. 


Tal vez fue su tartamudez lo que dio origen a la broma...





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