Dedicatoria



Tengo un pretexto.

O mejor dicho, escribí un pretexto.

Escribí Entre Pijalío y Bruselas como un pretexto de vida. Resolver dudas, alcanzar otros estadíos. 

'Para reírme mejor' , como nos enseñó el señor Lobo Feroz.

Para luchar contra ese paradigma terrible, horrible, denigrante, que sostiene y declara que en esta tierra no se puede vivir como escritor.

Y se me ocurrió que si todos nos propusieramos leer un autor nacional a la semana, uno solo a la semana, todo cambiaría. 

Todos. ¿Qué tal si cada semana, las universidades y colegios dedicaran lecturas, conferencias magistrales e investigaciones sobre la vida y obra de un escritor de estas tierras?

¿Qué tal si las librerías se unieran e hicieran firmas de libros, conversatorios y los libros de ese autor semanal estuvieran en las vitrinas y a precios especiales?

¿Y sí se unieran los medios de comunicación?

¿Los centros culturales y artísticos?

Sí se puede.

Escribí un pretexto. Un libro humorístico para sobrevivir en una tierra donde todo puede pasar (menos vivir como escritor con el mismo sueldo decente de un, digamos, vicepresidente del Congreso. Porque 106, 000 mil lempiras mensuales a cualquier escritor le servirían).

Lo escribí para ser feliz.

Solo que advierto: es una obra inconclusa. Umberto Eco nos advirtió que el autor solo hace una parte; es el lector, el espectador de la obra quien la cierra con su interpretación.

Entre Pijalío y Bruselas está dedicado al noble pueblo de la República de Pijalío.

A los de aquí y a los de allá.

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