Un pollo y yo

-Alborotos, totopostes con dulce...-anunció con grito de guerra la primera vendedora que entró al bus.

- Mango maduro...mango verde...papaya madura...A diez la bolsa -gritó más fuerte la segunda.

A esas alturas del viaje, tras cuatro horas de carretera en el pequeño bus sin aire acondicionado, pero con grandes ventanas abiertas, la abrupta invasión de las marchantas cargadas de bolsas, canastas y hasta baldes para las cocas heladas, ya era parte del Destino. Lo mismo que la inevitable pegazón.

-Uy - me dijo directamente a los ojos la tercera vendedora -Papi...Usted está como me lo recomendó el doctor....

En cualquier otra circunstancia, debo reconocer que hubiese contestado muy amablemente y hasta devuelto el piropo. Pero en ese momento y faltando todavía una hora o más de viaje y siete paradas intermedias, con su respectivo surtido de vendedores y vendedoras ambulantes, digamos que la paciencia había llegado a su fin.

Me quedé viendo a la señora fijamente, con una mirada de extrañeza muy parecida a la que le dio mi vecino de asiento, un pollo de edad indeterminada que viajaba guardado en una caja de cartón perforada con varios agujeros para que le entrara el aire.

Por el más grande de los hoyos el pollo sacaba la cabeza cuando ya no aguantaba el sofoco. O sea, a cada rato.

Los dos habíamos subido en San Pedro y durante todo el recorrido ya nos habíamos soplado, ambos, el folclórico parloteo de dos rollizas doñitas que iban para Ocotepeque y que tenían como misión probar todas las chucherias que vendían en el camino.

Yo creo que ni el pollo ni yo habíamos visto comer tanto y con tanta alegría. Menos dentro de un bus.

Empezaron con una burra y después se echaron una bolsa de papaya cortada en tiras. A medio camino, en alguna de las paradas, le entraron a un plato de arroz chino y a un pollo frito (ese fue el único momento en que le vi perder la serenidad a mi compañero de asiento).

En fin, el bus volvió a tomar camino, pero esta vez el pollo tuvo que irse al suelo porque un señor de mirada muy afable ocupó su lugar.

Está claro que en esta vida hay jerarquías - pensé.

Como yo traía encima mis dos mochilas con cámaras y ropa, el nuevo compañero de asiento se ofreció a cargarme una de ellas (un fino detalle de amabilidad que el pollo no había tenido, que conste).

Así que todo marchaba a la perfección hasta que tras unos cuantos kilómetros de camino, mi vecino recibió una llamada a su celular:

- Si.....si....claro...mirá...decile que tengo orden de captura ya y que si me atrapan, me vaya a ver al penal...

¡Hombre! Aquí me quedé quieto. Y vi de reojo que el pollo también. Porque eso de viajar en el bus con un señor amable que tiene orden de captura no estaba en mis planes.

Ni en los planes del pollo tampoco.

Por ejemplo, en Tegus es diferente. Usted va al super o a tomar un café y se encuentra con toda esa gente que estaba en aquél desbarajuste de la Junta Directiva del Seguro Social y no hay problema. Andan agüevados, pero simulan demencia. Y uno sabe que no los van a llegar a capturar.

¡Ajá! Pero aquí, ¿qué tal sí en la próxima parada estaba la policía esperando a este señor? ¿Qué tal sí el pollo y yo nos ibamos en la balacera?

La siguiente hora fue de pensar y pensar. Tenso. Pero debo reconocer que por más que traté de descifrar qué crímen o crímenes había cometido mi vecino, nada pude descubrir. El hombre era un mar de tranquilidad.

A Dios gracias, pronto me llegó el momento de bajarme. Mi vecino me entregó mi mochila (enterita) y se despidió con un sincero : "Que el Señor lo acompañe".

- ¡Púchica! -me dije a mi mismo- tenía razón mi abuela Maruca cuando nos recitaba: "Hay rasgos de virtud en el malvado/hay rasgos de maldad en el virtuoso."

Antes de irme, el pollo volvió a sacar la cabeza de la caja y me miró con un aire de tristeza como diciéndome que no lo dejara solo, que no me fuera. Casi, casi puedo decir que vi una lágrima deslizándose de sus grandes ojos negros.

Ni modo. Tampoco fue que eramos grandes amigos.

Ahí terminó mi viaje. Y sigo pensando que no hay nada como viajar por Honduras.

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