Un valle de ángeles

                     Encuentro fortuito. Arturo Sosa 2015.


Para romper el hielo, le pregunté a la niña cómo le gustaría que le tomara las fotos; si sonriendo o sin sonreír. Y con mucho aplomo me contestó rápidamente:

-“Me gusta más sonriendo, por supuesto”.

Y es que así son todos en este pueblo. Son gente sonriente. Gente que da la bienvenida al turista, al viajero.

En realidad el pueblo es pequeño y normalmente silencioso hasta el final del día. Conforme cae la tarde, las calles empedradas comienzan a poblarse de risas de estudiantes que salen de clases, turistas con cámara, shorts y vecinos que regresan del trabajo. Grupitos de simpáticas jovencitas cruzan el  Parque Central para ir en busca de una tarea del colegio o a darle un recado a doña Toña, la señora que vende pupusas en su comedorcito típico.

A esta hora, los restaurantes con mesas afuera, cobran vida de nuevo y se aspira un delicioso sabor a fogón y carne asada. Pinchos mixtos y pupusas. Pronto caerá la noche en Valle de Ángeles y habrá un montón de momentos festivos en el centro del pueblo.

A mí me encanta aquí desde que tuve la suerte de vivir un par de años en sus afueras. Por esos tiempos yo sembraba lechuga y era lo que se llamaba un “campesino diesel” (Dice él que es campesino). En realidad, le cuidaba la casita de campo a un buen amigo y aprovechaba para sembrar lechuga que le vendía después al Hotel Honduras Maya, al supermercado La Colonia y a un par de restaurantes capitalinos.

¿Qué me gusta de Valle de Ángeles? El clima es una buena primera respuesta. Es cierto que es más cálido que mi Santa Lucía (en donde vivo actualmente), pero la cercanía inmediata del Parque Nacional La Tigra ayuda a reducir los calores que ni se comparan con los de Tegucigalpa.  Cuando aquí hace calor, en Tegus se están horneando vivos.

Apenas son 22 kilómetros los que separan a la capital de este municipio, pero es todo un mundo de diferencia. El silencio, la calma, el viento y la amabilidad de la gente son sus principales atractivos.
Para las turistas de fin de semana (es cuando el pueblo se vuelve un verdadero festival), quizá son las carteras hechas a mano de Arte en Piel lo que las motiva a venir. Para otros, son los baúles en caoba de Artesanías Meraz. Habrá muchos que vienen a los centros culturales como La Capilla Sixtina  o el Museo de Valle de Ángeles.

No importa que los trae al “Valle”, como le dicen los locales. Todos se quedan a almorzar, comprar artesanías, cuadros, camisetas, tomar buen café con pan dulce, comer elotes asados (o cocidos) y al regresar, adquirir plantas en la carretera.

Valle de Ángeles es una ciudad turística, ciertamente. Pero sobre todo, un valle lleno de sonrisas.

   
                    “Aquí vivió el Presidente Policarpo Bonilla” proclama con orgullo el letrero.


                                 Manos y madera. El trabajo genuino en Artesanías Meraz.

                       
                               Bolsas de piel con pirograbados hermosos. Arte en Piel.


                           Comienza a caer el día en el Parque Central de Valle de Ángeles.


La arquitectura local todavía no se deja contaminar del modernismo confuso y extranjero que desordena las ciudades. Aquí reina la autenticidad. 

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