Esos días...

Eduvijo se quedó callado.

Era lo mejor porque sospechaba por donde vendría la siguiente pregunta.

Y como no tenía ninguna respuesta, lo mejor era quedarse mudo.

Hacerse el de a peso.

Esto era algo que ya se veía venir. Es más, todo comenzó un par de días atrás; muy sutil al principio, casi imperceptible. Pero había un algo.

Un comentario mordaz sobre la red de corrupción de los diputados (Ok., eso nunca está de más); un gesto medio colérico porque le faltaba sal al arroz o una mirada de fastidio total por la Cadena Nacional en la tele. Se notó más cuando elevó la voz en la caja del supermercado quejándose de lo caro de los huevos. O cuando lloró amargamente porque el estúpido vestido nuevo ya no le entraba.

Eduvijo lo empezó a notar el 24. O mejor dicho, cada 24 del mes. A veces se atrasaba hasta los días 25 o 26. Pero para el 28 la tormenta ya estaba en su lugar. Y así era cada mes.

¡Hombre! Eduvijo no entendía porque a "esos días" de cada mes los llamaban "los días difíciles de la mujer", cuando en realidad eran "los días más terribles y angustiantes" para las parejas de ellas.

O sea, para él.

Y eso que Segis era un caramelo comparada con aquella. ¿Caramelo? ¡Un ángel de Dios! Aquella sí que se ponía como Belcebú...la mera diabla....más enojada que Davidcito cuando vio los primeros recuentos a la hora del almuerzo el día de las elecciones.

Hasta sapos y culebras le salían por la boca a aquella. Bueno, a Davidcito también.

- Mirá, ¿sabés quién agarró la mayonesa que dejé sobre la mesa? -preguntó Segis sin siquiera mirarlo.
Eduvijo se hizo el ruso; fingió demencia porque la única verdad es que en la casa solo ellos dos viven. Así que la pregunta era retórica; y sí no había sido él (de eso estaba 200% seguro), entonces solo quedaba ella.

Uuuy...y esa no era, para nada, la respuesta idónea para dar. A menos que quisiera desencadenar la peor tormenta del desierto cayendo sobre él.

No, definitivamente, ella no había sido.

¿Entonces?

"Evadir y escapar" era la táctica correcta y lo que quedaba por hacer, tal y como le enseñaron en el Primer Batallón de Infantería en sus años mozos.

-Te estoy hablando Stephen Andrews Eduvijo Pérez -dijo Segis ya mirándolo fijamente a los ojos.

-Amor...Yo no la agarré. Es más, nunca la he visto -contestó Eduvijo.

-¿Nunca la has visto?...¿Nunca? ¿No sabés como es una mayonesa pues? O sea, estoy con un hombre ya con canas, maduro, que nunca ha visto una mayonesa...¡Pucha! Dios me está castigando...¡todo lo tengo que hacer yo en esta casa! Hasta buscar la mayonesa que desapareció misteriosamente de la mesa...¡Vaya!

-Gorda...te juro que no la he visto...

-¿Gorda? ¿Gorda yo? ¿Qué te pasa Eduvijo?

Segis dio la media vuelta y se fue al cuarto...tal vez a buscar allí la mayonesa, pensó Eduvijo con una leve sonrisita.

Ah...El amor en los tiempos de esos días...Mire Usted lo que los hombres sufrimos en silencio, se dijo a sí mismo Eduvijo mientras se levantaba hacia la cocina para hacerse un sandwich de jamón con queso.

Y sin mayonesa, por supuesto.

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