Y Lázaro se levantó y andó...


Rrrrrrrrrrrrrr...Uggg...Rrrrrr...
Stephen Eduvijo contó y se quedó esperando.

Rrrrrrrrr...Uggg...Rrrrrr...Uggggg...

- A la siguiente, van a ser cinco - sentenció el buen Eduvijo.

Rrrrrrrrr...Uggg...Rrrrrr...Ugggg...Rrrrrrr...

-¡YES!- se felicitó muy en silencio el hombre. No se había equivocado. Tras tantos años de dormir juntos, ya le conocía con precisión matemática los ronquidos a su Mujer.

Y en verdad era algo de admirar. En parte por su paciencia y aguante de observar, medir, apuntar mentalmente y sacar patrones de ronquido a lo largo de tantos años de insomnio artificial. En verdad que era él un hombre con disciplina casi científica.

Pero claro, todo esfuerzo requiere siempre de más de una cabeza. Y en este caso, la cabeza era la de Eduvijo y los ronquidos eran de ella. ¡Y vaya que roncaba esa Mujer!

Recién casados eso no pasaba. Hay que reconocerlo. Pero con el paso de los años, la llegada de los hijos, las cuentas de la luz y de la escuela, aquellas noches plácidas y apacibles, llenas de ovejitas blancas saltando la cerca, habían desaparecido.

Y llegaron los ronquidos.

Los primeros fueron esporádicos. Hasta divertidos. Hoy solo uno; dentro de cinco días otro. Uno cortito, el otro medio largo. A veces parecían gurguruteos de canarito: hasta armónicos. Bonitos.

De repente, un viernes muy negro, ("Black Friday" le dicen los gringos) como que se pegaron. Como que el del lunes se unió al del miércoles y después al del viernes, sábado y domingo.

Y despues se exponenciaron. Y de canarito pasó a zopilote. Feo...feo.

Y apareció el insomnio en Eduvijo.

Y la vida dejó de ser la misma (bueno, en realidad las noches). Desde aquél viernes fatídico, todo cambió.

Al buen Eduvijo se le comenzó a a caer el pelo. La panza le creció. Las ojeras se convirtieron en cachetes y la sonrisa se le congeló a medias, como a media asta.

Rrrrrrr...Ugggg...RGGGG....Uh...

- Aquí viene el cambio en Do Mayor - precisó Eduvijo- Una octava más alta y más profunda antes de llegar al remate en crescendo...

A veces a Eduvijo le gustaba pensar, entre ronquido y ronquido, que si no hubiese sido por ella, él jamás se hubiera percatado de su oído de afinador de pianos...- ¡Agudeza!- diría Salvador...Sinceramente, él nunca pensó que era tan bueno para percibir las sutilezas de los sonidos, aún de los más fuertes y atemorizantes.

De hecho, estaba agradecido con su Mujer. Tal vez, tal vez, algún día esa habilidad le serviría para encontrar otro trabajo. Tal vez en algún circo para evaluar la salud de los leones o los hipopotamos mientras duermen.

RRRRR...UGGGG....RGGGG...RRRRR...PLYDRFIUFRDrrrrrrr...

- "Y Lázaro se levantó y andó..." - pensó en silencio el buen Stephen Andrews Eduvijo Pérez mientras se levantaba de la cama, con cuidadito y sin hacer ruido, para irse a la sala a dormir.
Como cada noche.

- Con razón la gente dice que Lázaro se levantó y andó....por mucho tiempo. ¡Cualquiera andaría así!- pensó antes de volverse a dormir justo antes que el despertador sonara a las cinco en punto.

Como cada mañana.

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